Marc Becker's Home Page

Teaching
Research


Ecuador
E-Archivo
Interests
Vita
Find on yachana.org:

El movimiento revolucionario latino americano 

Lucha Anti-imperialista y los problemas de tatica de los Partidos Comunistas de la América latina

Informante: Luis - discusión

Quinta y sexta sesiones, Junio 3 de 1929

Preside Prieto (Colombia). ‑ Tiene la palabra el compañero Luis, delegado de la I.C., para informar sobre el segundo punto del orden del día.

Luis. ‑ Camaradas: Se les ha distribuido a todos los camaradas delegados un material bastante considerable, en particular, el proyecto de tesis aceptado por el Presídium como base de discusión para nuestra Conferencia y la carta dirigida al Partido Socialista Revolucionario de Colombia. Creo, igualmente, que todos los camaradas habrán leído las discusiones del 6° congreso de la Internacional Comunista, referentes a América latina. En el co‑informe que pronuncié entonces, desarrollé sobre todo, la cuestión de la penetración del imperialismo en Latinoamérica y el carácter semicolonial o colonial de estos países. Creo que estos hechos son suficientemente conocidos por todos los camaradas, por cuya razón no insistiré sobre el punto. Estas cuestiones han sido discutidas en gran parte en el primer punto del orden de día. Me limitaré, pues, a esbozar en grandes líneas, la estructura económica y social de América latina y destacar los problemas más importantes para nuestra orientación política y nuestra táctica. Me esforzaré especialmente por desarrollar las cuestiones tácticas, con el objeto de que cada delegación tenga en lo posible una noción clara sobre la dirección en la cual debe trabajar al volver a su propio país.

I. La estructura económica de los países de América latina

Todos estamos de acuerdo en que la producción esencial de los países de América latina, es agraria. La agricultura forma la base económica de casi todos los países del Continente y en esta rama de producción domina el régimen de la gran propiedad, ya sea en la manera del gran latifundio feudal perteneciente a los terratenientes "nacionales" descendientes generalmente, de los conquistadores, que han arrebatado las mejores tierras a los indios, ya sea en la forma de grandes plantaciones racionalizadas, propiedad de sociedades anónimas y de los "trusts" imperialistas. La parcelación de la tierra, su apropiación por el pequeño productor es extremadamente reducida. Los pequeños propietarios de la tierra que se encuentran en México, en Argentina y otros países están bajo una dependencia absoluta de los grandes "trusts" y de las grandes empresas de exportación, para la venta de sus productos, a menudo por la irrigación, la adquisición de abonos y de semillas seleccionadas. No desempeñan en la economía agraria un papel importante y no son más que los apéndices de los grandes propietarios de tierras y de las sociedades extranjeras.

En la producción agraria encontramos las formas más variadas. Ciertas regiones están pobladas por tribus que no tienen ningún contacto con la "civilización"; que viven de la caza y de la pesca, de la explotación de la tierra para su propio consumo, fabricando sus utensilios primitivos para su actividad económica. En un estadio más avanzado, encontramos las numerosas comunidades agrarias de indígenas que pueblan las montañas en toda la región de los Andes, Bolivia, Perú Ecuador y México. Rechazados a las montañas por los conquistadores, trabajan en común la tierra y cambian sus productos en el mercado interior por artículos de primera necesidad para ellos. Tenemos en seguida el régimen dominante de la gran propiedad más o menos feudal.

Se ha hablado de los restos del feudalismo o del régimen semifeudal de la gran propiedad. Por los encuestas que hemos podido hacer antes de la Conferencia entre nuestros delegados, podemos afirmar que en ciertas regiones de Bolivia, Perú, Ecuador, etc. no existen restos de feudalismo, sino un régimen netamente feudal donde el señor terrateniente es el propietario de los campesinos, donde escapa a la ley sedicentemente democrática, donde tiene todavía, de hecho, el derecho al servicio y a la prestación personal, donde la mujer y los hijos del campesino le deben trabajo como el campesino mismo a cambio de una miserable cabaña y de una pequeña parcela de tierra, en que existe, todavía, de hecho y se practica el derecho de pernada. Existen, además, contratos de trabajo de los obreros agrícolas por 10 o 20 años. Los terratenientes no venden directamente sus esclavos o sus siervos. Pero el contrato de trabajo que ellos han aceptado los liga frecuentemente por toda la vida. Vendiendo el contrato, de hecho venden el obrero agrícola. No hay, entonces, allí vestigios de feudalismo o esclavitud: es el régimen feudal mismo. El transporte de millares de negros de las islas antillanas, Haití, Santo Domingo, Jamaica, Martinica, etc., por los grandes "trusts" yanquis ‑ la United Fruit, en primer término ‑, para el trabajo en las grandes plantaciones bananeras de América central, Panamá, Colombia, donde reemplazan la mano de obra de los indígenas menos resistentes, recuerda por sus formas y sus métodos, la trata de negros, que los plantadores esclavistas hacían venir de la misma manera desde áfrica. Todo ese tráfico de fuerzas de trabajo ha sido recubierto por el mentiroso barniz de la democracia y del cristianismo, pero en el fondo reside el sistema esclavista. La gran empresa racionalizada yanqui, si introduce ciertas formas de explotación capitalista adopta, pues, y adapta las formas de explotación de la mano de obra que encuentra en el lugar. En ella se conserven ciertos vestigios del feudalismo; en ella vive, bajo una forma apenas modernizada, la vieja trata de negros; tiene su policía propia que prohíbe la entrada a las plantaciones a los extranjeros y que vela para que los obreros agrícolas, ligados por los largos contratos, no huyan de esa vida miserable. Existe en casi todos los latifundios feudales e igualmente en las empresas yanquis e inglesas modernas, el régimen de las penas corporales. Las leyes del estado son, en general, absolutamente desobedecidas, sin efecto y sin aplicación; por encima de la ley está el arbitrio de los grandes terratenientes y de las compañías extranjeras, dueñas absolutas de su territorio.

Naturalmente del feudalismo y la esclavitud a la gran plantación moderna hay una escala muy variada de combinaciones de diversos regímenes de producción y de explotación de la mano de obra. Del gran latifundio feudal, con medios de cultivo primitivos, a la plantación yanqui mecanizada y racionalizada hay una multitud de formas de producción intermedias; del siervo indígena y del esclavo negro al trabajador agrícola, existen las formas más diversas de explotación de la mano de obra. Es en general una superposición, una combinación incesantemente variable de formas de producción y de explotación más diversas, pero en las cuales domina, a pesar de engañosas apariencias, el régimen semifeudal y semiesclavista.

La industria está desarrollada de una manera absolutamente unilateral. La gran empresa moderna racionalizada no se encuentra más que en las industrias extractivas y de explotación de las riquezas naturales, como materias primas para la industria de las metrópolis. Es toda la producción minera (cobre, estaño, plata, oro, cinc, nitratos, etc.), la producción petrolífera, la preparación de los productos del suelo para la exportación (frigoríficos, refinerías, fábricas de tanino), en fin, la industria forestal para la exportación. Con muy raras excepciones, estas ramas industriales están en manos de empresas extranjeras. Si hay alguna empresa nacional de esta especie, trabaja con capitales extranjeros y no es más que un nombre prestado para burlar las leyes.

La industria pesada, metalurgia, construcción mecánica, naval, etc., no existe. Solamente algunas ramas de la industria secundaria o industria de transformación ligadas a la producción de artículos de primera necesidad para el mercado ligadas a la producción de artículos de primera necesidad para el mercado interno (textil, calzado, etc.) o necesidades para la exportación (bolsas, etc.), están desarrolladas en una medida reducida. En ningún país la producción textil, por ejemplo, que es la más adelantada, satisface el consumo nacional.

Estas ramas de la producción están, generalmente, en manos de la burguesía nacional pero "ayudada" por los Bancos extranjeros y controlados por los mismos.

Crecientemente se desarrollan, también, talleres de montaje mecánico, sucursales de las grandes firmas imperialistas; por ejemplo, los grandes establecimientos de automóviles de los Estados Unidos exportan las piezas separadas y proceden al montaje de máquinas en la misma América latina, disminuyendo, también, a la vez, los derechos de aduana, los gastos de transporte y de mano de obra para el montaje. Esta rama industrial esta natural y directamente en manos de firmas imperialistas.

En general, los transportes y los trabajos públicos, navegación, ferrocarriles, tranvías, producción de electricidad, líneas telegráficas, telefónicas, etc., están en manos de empresas extranjeras, yanquis e inglesas.

El desarrollo muy reducido de la industria de transformación da al artesanado un papel considerable. La producción de productos fabricados de primera necesidad corresponde a los artesanos, en la medida que nos son importados de las grandes metrópolis. Por tanto, su papel social es, generalmente, mucho más importante en América latina que en los países capitalistas desarrollados.

Descansando toda la vida económica sobre la exportación de las riquezas naturales y de los productos del suelo, y sobre la importación de los más diversos productos fabricados, el comercio bajo todas sus formas, los establecimientos comerciales y de crédito de todos los países capitalistas son numerosos y desarrollados. Si, generalmente, la producción y la exportación de los principales productos ya está canalizada por los grandes "trusts" imperialistas, la importación de productos fabricados para el consumo deja un margen mucho más grande a los capitalistas de todos los países, que disponen de capitales más reducidos. Los intermediarios comerciales, los agiotistas, los usureros, todos los parásitos pululan y contribuyen a encarecer el precio de la vida e proporciones considerables. En este dominio también la burguesía nacional saca una buena parte de beneficios cuando no surgen directamente de la explotación de los grandes latifundios. Frecuentemente son los mismos terratenientes que se ocupan de la exportación, de la banca y de la preparación de sus productos para la exportación.

Una tal estructura económica es de las más inestables para toda la vida económica de Latinoamérica, que depende enteramente del mercado exterior para la colocación de sus productos y para la importación de los productos necesarios para la vida de sus habitantes. Esta inestabilidad se manifiesta bajo la forma de crisis profundas que conmueven la vida económica y obligan a los gobiernos a recurrir a una política de empréstitos externos o a la de una inflación monetaria que deprecia la moneda. La crisis petrolífera en México, provocada por los petroleros americanos e ingleses para hacer abolir en la Constitución todo lo que concierne a los derechos de propiedad de los extranjeros sobre las riquezas del subsuelo, comporta una paralización de toda la vida económica y una amenazadora crisis del presupuesto. La crisis del azúcar en Cuba y en Perú tiene los mismos resultados. La crisis del café amenaza a la vez a Colombia y Brasil, la crisis del trigo aplasta a la Argentina. Es inútil recordar la crisis del nitrato en Chile que Ibáñez se esfuerza en superar quebrando el movimiento obrero chileno en provecho de los financistas americanos. La crisis agraria internacional aplasta a la mayor parte de los países latinoamericanos; la política aduanera de Estados Unidos con respecto al azúcar, al trigo, a las carnes frigoríficas, al café, aumenta la crisis. La implantación de cultivos idénticos a los de América latina en las colonias africanas (café, cacao) y en las colonias asiáticas, con una técnica generalmente más perfeccionada y una mano de obra más explotada, amenaza a toda la Amerita latina con una crisis económica, agravada por el régimen del monocultivo, por los medios de producción generalmente arcaicos que el régimen del gran latifundio feudal o semifeudal difícilmente podrá cambiar, y por la dependencia creciente de la América latina con respecto a la finanzas yanquis.

Debemos contar, pues, con un profundizamiento de la crisis económica en el conjunto de los países de la América latina.

II. Sobre la estructura social

En el rápido análisis de la estructura económica encontramos las bases de la estructura social de los países de América latina. Tenemos en premier lugar, correspondiendo a la base agraria de los países latinoamericanos, las grandes masas de obreros agrícolas. Es preciso de ponernos de acuerdo sobre las palabras que empleamos: por mucho tiempo el obrero agrícola ha sido llamado en América latina "campesino". Es inexacto desde el punto de vista de la clasificación social: es obrero agrícola ‑ vale decir: proletario, asalariado ‑, todo "campesino" que recibe un salario, bajo uno u otra forma, por su trabajo, ya sea salario en bonos o en moneda de las grandes plantaciones, ya bajo la forma de un pequeño lote de tierra para él y su familia, donde puede cultivar ciertos productos para su consumo personal y aun para el mercado como en los casos de las grandes latifundios, ya bajo la forma de la participación en la mitad o la cuarta parte de los productos de la tierra. Todo campesino que reciba salario, bajo cualquier forma, por un trabajo realizado para el terrateniente, es un obrero agrícola, un proletario. Constituyen la gran mayoría de los trabajadores del suelo. Existen, sin duda, diversas formas intermedias entre e obrero agrícola y el arrendatario, el campesino sin tierra, el campesino pobre. Pero debemos habituarnos a denominar "obreros agrícolas" a la gran masa de los asalariados de la agricultura.

Viene en seguida la capa de los proletarios industriales, en la que es necesario distinguir diversas categorías importantes para la orientación de nuestro trabajo y de nuestra táctica.

Primeramente, los obreros de las grandes empresas imperialistas, de las usinas de petróleo, de los frigoríficos, etc., formados en general por negros, indios y obreros emigrados. Su condición de vida, de salario y de trabajo es muy miserable. El compañero que representa aquí a los mineros de Potosí (Bolivia) nos ha hablado de jornadas de trabajo de 36 horas en el fondo de las minas de estaño con las únicas interrupciones para comer y para tomar aire, durante dos horas, jornadas seguidas de un reposo de doce horas solamente; en otras minas, existen jornadas de 24 horas seguidas por reposo de 24 horas. Generalmente esos obreros no viven en las ciudades, sino en las regiones mineras, encerrados en las concesiones de las compañías, no pudiendo gastar sus salarios más que en sus comisariatos, contraen deudas que los ligan indefinidamente a la empresa. En los casos de los frigoríficos que se encuentran en Montevideo o Buenos Aires, esos obreros están encerrados en barrios fuera de la ciudad, donde habitan en casuchas y llevan una vida de la más miserable. Trátase, generalmente, de obreros polacos, balcánicos, etc.; no trabajan más que algunos meses en esos empresas que se esfuerzan por tener mano de obra mudable. Esta masa obrera, la más explotada y la más concentrada en las grandes empresas imperialistas, está, como la masa de los obreros agrícolas, desorganizada y es uno de los puntos sobre los cuales llamo desde ahora vuestra atención. Puede decirse que la verdadera masa proletaria latinoamericana, los millones de trabajadores agrícolas y de grandes empresas imperialistas, están desorganizadas y escapa hasta el presente a nuestra acción.

Vienen en seguida los obreros industriales de las ciudades ‑ industria liviana, transportes, obras públicas, etc. ‑, constituyen una capa distinta de la precedente, generalmente mucho mejor pagada, viviendo en condiciones que recuerdan las de los obreros de las metrópolis europeos. Forman, con respecto a los obreros agrícolas y a los de las grandes empresas, sin duda, una capa privilegiada que participa en cierta medida del parasitismo de la gran ciudad. Muchos de ellos trabajan en muy pequeñas empresas de tipo artesano, con algunos obreros, y no en las fábricas donde se concentran las masas obreras. Es entre esta capa obrera que se han desarrollado hasta el presente las organizaciones sindicales latinoamericanas, y ello explica también el carácter muy frecuentemente pequeño-burgués de la ideología sindical de las organizaciones de Latinoamérica. La ideología anarquista y anarco-sindicalista, el mutualismo, la penetración de los pequeños patrones y de los artesanos en el movimiento obrero, la facilidad con que los gobiernos encuentran políticos sindicales para desarrollar en el seno de las organizaciones obreras, la influencia gubernamental y aun policial; todas esas manifestaciones latinoamericanas del movimiento sindical, tienen su fuente en la composición social misma de los sindicatos. Desde hace tiempo, hemos tenido la impresión de que el carácter semicolonial de los países latinoamericanos, hacía imposible la constitución de un movimiento sindical reformista. Debemos rever este pensamiento. Esta capa de obreros de la ciudad es un terreno muy favorable para el desenvolvimiento del reformismo. No es por azar que Buenos Aires se haya convertido en el centro de la acción amsterdamiana[1] en América latina. La gran ciudad parasitaria, debía brindar una base al reformismo que toma directamente las formas más corrompidas y que ni siquiera se toma el trabajo de velar la influencia gubernamental.

¡Y ocurre lo mismo, salvadas las proporciones, que con la CROM, que no organiza ni a los mineros, ni a los obreros del petróleo!

Continúa la estructura social con la masa de campesinos pobres arrendatarios, campesinos indígenas que viven en comunidades agrarias, etc., cuya suerte está íntimamente ligada a la de los obreros agrícolas y aun a la de los obreros de las grandes empresas industriales, puesto que los campesinos pobres o los indios de las comunidades agrícolas, se contratan, a veces por un tiempo más o menos largo, en las plantaciones o en las minas, para ganar un salario y recibir un poco de dinero, después de lo cual, vuelven a su comunidad y a su tierra. Se ha desarrollado en México y en Argentina, una capa bastante débil de burguesía agraria que no puede desempeñar un papel económico y político independiente. Depende absolutamente de la venta de sus productos a los grandes "trusts" extranjeros.

Aquí, el apego del indio a la tierra común, representa un papel esencial. El campesino lucha por la tierra, para conservar la que el posee contra las tentativas de los latifundistas, la iglesia y el Estado, para arrancarles las mejores. Sucede todavía frecuentemente, que una comunidad agrícola endeudada es cedida al acreedor, gran propietario que buscaba acrecentar sus dominios, pero el campesino y el indio no huyen nunca de su tierra. Las comunidades agrícolas luchan para reconquistar la tierra de que han sido despojadas. Un punto especial de nuestro orden del día, nos permitirá estudiar con mayores detalles las diversas fases del problema agrario.

Un papel importante, tanto por su cantidad como por su actividad social y política, es desempeñado por la pequeña burguesía urbana y rural: artesanos, comerciantes de toda clase, intelectuales, funcionarios oficiales, empleados, etc., etc. Precisamente porque la pequeña burguesía desempeña un papel considerable es menester analizarla detalladamente. En primer lugar, un error que se comete muy generalmente es el de considerar a la pequeña burguesía como una clase. No es una clase homogénea, unida por comunes intereses económicos y políticos; es una amalgama de diversas clases, donde se agrupan los residuos de los regímenes económicos y sociales anteriores a la época del capitalismo monopolista (artesanos, pequeños patrones, pequeños comerciantes, usureros, etc.), los servidores de los gobiernos parasitarios, de los imperialistas, de las firmas extranjeras (políticos, ingenieros, abogados, funcionarios, empleados, diversas capas de intelectuales, directamente interesados en la explotación colonial, periodistas, etc.), en fin, los ideólogos liberales, humanitarios, socializantes, que, siguiendo la moda de las universidades europeas, sienten que el imperialismo impide el desenvolvimiento de la vida nacional y sueñan con un régimen liberal a la europea. Trátase en la mayoría de los casos, de estudiantes y de jóvenes intelectuales que no han ligado todavía sus intereses a la explotación colonial de los países latinoamericanas. Porque el proletariado es joven, desorganizado, y no tiene todavía una ideología, ni una conciencia ni una organización de clase propia, y porque la burguesía nacional es relativamente débil, parasitaria, sin un programa atrevido de desarrollo capitalista independiente, la pequeña burguesía desempeña un papel político e ideológico, desproporcionado con su importancia económica y social.

Por fin, la burguesía nacional y extranjera, formada por los que explotan las riquezas y la mano de obra de los países latinoamericanos y por quienes aprovechan de esta explotación. Grandes terratenientes feudales indígenas, grandes comerciantes, exportadores e importadores, banqueros, industriales ocupados en las amas secundarias de la producción, ligados todos a los Bancos y a los "trusts" extranjeros, comprados, vendidos, corrompidos, prostituidos de mil maneras, por los imperialistas que se disputan la presa latinoamericana, que prestan su nombre para colocar una etiquete nacional a las empresas extranjeras, "parasitos" en toda la extensión de la palabra; esta burguesía es económica, numérica y políticamente débil.

Tal estructura social es de las más inestables. La clase dominante, no tiene fuerza real, no dispone de una base económica y social suficiente; por ello caracterízanse las relaciones sociales, por su gran estabilidad. Las "revoluciones", los golpes de Estado militares son frecuentes en la superestructura política y van casi siempre acompañados por vastos movimientos sociales de masas: de los campesinos y obreros agrícolas por la tierra; de los obreros industriales contra la explotación de su fuerza-trabajo, para mejorar su salario y las condiciones de vida; de la pequeña burguesía liberal (estudiantes, pequeños artesanos y pequeños comerciantes), contra la tiranía política, las dictaduras personales o militares, el imperialismo, etc. La lucha de los imperialismos, la debilidad de la burguesía nacional, su papel parasitario de sirviente prostituido del imperialismo que más ofrece, provoca también la inestabilidad de las camarillas gubernamentales, revoluciones de palacio, las mil intrigas en que intervienen activamente los embajadores de las grandes potencias, hacen vacilar el poder político y desarrollan las tendencias hacia las dictaduras militares o personales, a la represión brutal y sangrienta contra todos los adversarios políticos, y al fascismo. Pero ese desarrollo de camarillas gubernamentales dictatoriales es una expresión de debilidad, y no de fuerza, de la clase dominante, que no tiene ningún sentido ni conciencia de clase fuerte, ningún programa de desarrollo independiente propio.

En esta situación de inestabilidad económica, social y política, que puede generar rápidamente, en una serie de países latinoamericanos, una situación objetivamente revolucionaria, ¿cuál es el papel de las diversas clases cuyas características esenciales hemos revistado a grandes rasgos?

Las clases netamente revolucionarias son los proletarios agrícolas y los campesinos despojados y explotados. El motor de la revolución en América latina es la cuestión de la tierra, la lucha por la tierra contra los grandes terratenientes feudales y las grandes compañías extranjeras. Todas las revoluciones, las insurrecciones, los movimientos de masas de carácter revolucionario que se han producido en los últimos 25 años, tienen en su base, en forma más o menos precisa y consciente, la cuestión de la tierra. Esta lucha por la tierra no es solamente la lucha del campesino para poseerla: es realmente, en la mayoría de los casos, la lucha de los indígenas para arrancarla a los terratenientes y cultivarla en común, bajo la forma de comunidades agrarias.

El proletariado de las grandes empresas imperialistas, minas, yacimientos petrolíferos, frigoríficos, es también uno de los elementos más activos del movimiento revolucionario para abolir las condiciones del trabajo semifeudales y mejorar su salario y su nivel de vida.

Los obreros de las ciudades, por su posición más privilegiada, su orientación "europea", se suman más fácilmente a la ideología pequeño-burguesa, ya sea netamente reformista o gubernamental, ya reconocen de hecho el reformismo pequeño-burgués bajo las frases y los gestos seudorevolucionarios del anarquismo y del anarco-sindicalismo. La fusión de la COA y de la USA en Argentina, del reformismo gubernamental con el seudorevolucionario de los anarco-sindicalistas, prueban de una manera terminante que la oposición entre el reformismo amsterdamiano y el anarco-sindicalismo, es aparente y puramente verbal. En esta capa de obreros privilegiados de pequeñas industrias de las ciudades parasitarias, encuentran todos los gobiernos latinoamericanos los renegados para ocupar puestos en la administración pública estatal y engañar así a la clase obrera sobre la verdadera naturaleza del poder del Estado.

Seria, sin embargo, un error nuestro considerar a ese proletariado como un dominio reservado al reformismo, donde las organizaciones revolucionarias no pueden reclutar buenos militantes. Por el contrario, el interés del movimiento revolucionario exige que luchemos por arrancar a esos buenos obreros al reformismo y al anarquismo y por ligarlos a la acción revolucionaria de los obreros agrícolas, de los campesinos y de los obreros de las grandes empresas imperialistas. Así como es muy importante para el movimiento emancipador de los pueblos coloniales, encontrar un aliado activo y seguro en el proletariado revolucionario de las metrópolis, también es de una importancia fundamental, que las masas más explotadas de los campos y de las minas, etc., encuentren un aliado en los proletarios de las ciudades parasitarias. Pero debemos tomar en consideración sus debilidades para remediarlas por nuestra acción de propaganda y nuestros esfuerzos de organización, y para convertirlas en una de las principales fuerzas de la revolución.

La pequeña burguesía no toma, frente al movimiento revolucionario de masas, una actitud única. Según las diversas capas que la componen, adoptan actitudes diferentes que van desde el apoyo incondicional a la revolución hasta la contrarrevolución comprobada. Es falso, entonces, hablar de la pequeña burguesía, como de una clase revolucionaria. Ciertas capas de la pequeña burguesía, proletarizadas y amenazadas por la penetración del imperialismo como los artesanos, los pequeños comerciantes, ciertas capas de funcionarios y oficiales mal retribuidos, pueden ser aliados activos del proletariados y de los campesinos en la acción revolucionaria, pues sus intereses se identifican en algunos puntos, con los de aquellos, especialmente en la lucha contra el imperialismo y los grandes terratenientes. Sucede lo mismo con una parte importante de los intelectuales, estudiantes, etc. Otras capas de la pequeña burguesía, funcionarios, comerciantes, pequeños patrones, ingenieros, etc., ligados más directamente a la explotación, poseen intereses idénticos a los de la burguesía parasitaria y son los elementos más activos de la contrarrevolución, y aun elementos del fascismo.

Es necesario, entonces, distinguir las diversas capas de la pequeña burguesía, ver dónde están sus intereses y no creer que es susceptible de formar un bloque revolucionario con los campesinos y obreros. Aun los elementos momentáneamente aliados de los obreros y de los campesinos, son muy inestables y oscilan entre la revolución y la contrarrevolución, pasan fácilmente de un campo a otro, precisamente porque la pequeña burguesía no es una clase, porque no puede tener un programa para el futuro de la sociedad humana. Se esfuerza en conservar ciertas posiciones que el desenvolvimiento de la sociedad ha suspendido. Volver al artesanado, al pequeño comercio, significa un retroceso para la sociedad humana. Solo la burguesía imperialista y el proletariado, son las clases que tienen un programa para el porvenir. La pequeña burguesía está llamada a desaparecer, minada por el desarrollo del capitalismo monopolista, o absorbida en el proceso de producción socialista. No puede, entonces, tener un programa y una orientación firmes ni una política de grandes perspectivas.

Un caso típico de esta oscilación entre los dos extremos, nos lo da la prensa ilegal de la pequeña burguesía de Venezuela que lucha contra la dictadura de Gómez y su servidumbre con el imperialismo. En la misma publicación, se da como ejemplo, a la vez, a Mussolini que ha devuelto la gloria y la independencia nacional a su país, y a Sandino, que lucha contra el imperialismo. La pequeña burguesía de Chile ofrece, en los hechos, las mismas oscilaciones. Los que en 1924‑25 eran los sostenedores del gobierno revolucionario de los jóvenes oficiales, son hoy los defensores del fascismo de Ibáñez. Es menester, no dar a los elementos vacilantes de la pequeña burguesía ninguna influencia sobre el movimiento obrero y campesino y organizar las capas de la pequeña burguesía, susceptibles de aliarse al proletariado, en organizaciones anexas y simpatizantes, como el Socorro Rojo, la Liga Antiimperialista, etc. Es necesario, también, tener en cuenta que esos medios pequeño-burgueses, gustan recubrir una política oportunista y de capitulación, con frases y gestos revolucionarios; no hay que fiarse de las grandes frases y gestos revolucionarios, sino contemplar fríamente los actos y la real voluntad de lucha.

La burguesía nacional parasitaria, incluso los grandes terratenientes, no puede ser más que una fuerza contrarrevolucionaria. No hay en ninguna parte una burguesía fuerte que se esfuerce por transformar el régimen feudal y colonial, en un régimen capitalista independiente. Económica y políticamente, es débil; carece de las bases de intereses comunes. En su mismo seno, son numerosos los conflictos de interés, entre los grandes terratenientes y la burguesía parasitaria de las ciudades, entre la burguesía de provincia y la de la capital, entre los grandes terratenientes de la costa o litoral y los del interior o la sierra. Cada uno se esfuerza por extraer el mayor provecho posible, dejando la menor parte para el vecino. Las divisiones internad de la burguesía nacional, son explotadas y aprovechadas por los imperialismos, que forman su clientela entre los diversos grupos de la burguesía. En general, todos los países del sur del continente, donde la lucha entre Inglaterra y Estados Unidos, por la hegemonía es más viva, los grandes terratenientes son los agentes del imperialismo inglés, y la burguesía industrial y comerciante de las ciudades, está más ligada al imperialismo yanqui, pero esta división de ningún manera es absoluta. La burguesía nacional generalmente se vende al mejor postor, sin tomar en consideración más que los intereses inmediatos. Las luchas entre las camarillas políticas e imperialistas en el seno de la burguesía nacional, provoca la inestabilidad del poder que puede aprovecharse para la acción revolucionaria de las mases; pero en ningún caso, la burguesía latinoamericana es una fuerza revolucionaria, con la cual el proletariado puede aliarse momentáneamente. Pueden, deben utilizar las rivalidades y las luchas entre las diversas fracciones de la burguesía nacional, para intensificar la acción de las masas obreras y campesinas, y aprovechar la desorganización y la debilidad causada en el aparato estatal, para desarrollar su acción revolucionaria independiente.

Es necesario decir breves palabras sobre el papel que desempeñan el gobierno y la iglesia. En uno de los periódicos de nuestro Partido Colombiano, Torres Giraldo afirmo que el gobierno no cumplió con su papel de árbitro entre las clases, al reprimir la huelga bananera. El gobierno no es nunca el árbitro entre las clases, aun cuando afirma hipócritamente desempeñar ese papel. Es siempre el órgano ejecutor de la clase dirigente, de la burguesía y de los grandes terratenientes, el agente de un imperialismo. Aun el gobierno revolucionario de México, jamás ha sido imparcial. Bajo la presión revolucionaria de las masas, viose obligado a repartir las tierras, a luchar contra los feudales y la iglesia; pero desde que la vigilancia y la acción de las masas cesaron, ha contraído compromisos cada vez más numerosos y ha capitulado frente al imperialismo yanqui. Por lo demás, volveremos sobre su rol y su historia. El gobierno es la expresión de la voluntad y de los intereses de una clase; el gobierno obrero y campesino no será "imparcial": será el poder, el órgano de los intereses de los obreros y de los campesinos, contra la burguesía, el imperialismo, los grandes terratenientes. Su acción, su justicia, no serán imparciales sino una acción y una justicia de clase en lucha con otra clase.

Así, es menester extirpar de nuestras filas y del seno de la clase obrera, la idea que el gobierno puede ser un árbitro imparcial en la lucha de clases; es la fortaleza del enemigo del proletariado contra la que es necesario combatir intensamente.

La iglesia es el instrumento de la explotación y expoliación de las masas laboriosas y, en primer lugar, de los indios. Es el órgano de los grandes terratenientes feudales para mantener la servidumbre y la esclavitud en nombre de la religión. Colabora con los grandes terratenientes para continuar arrancando las tierras de las comunidades agrarias; es al mismo tiempo, propietaria de grandes dominios. Y el cura, como el señor feudal en Bolivia, practica el derecho de pernada. ¡Una joven en vísperas de casarse debe pasar, antes de contraer matrimonio, una semana de iniciación con el cura para poder recibir la bendición de la Iglesia! Es por esto que la Iglesia esta descreditada entre los indios y que en los levantamientos indígenas para rescatar sus tierras, no respetan las pertenecientes a la iglesia.

Los imperialistas yanquis, que temen esta separación de las masas con respecto a la iglesia católica, se esfuerzan por "evangelizar" a los indios, por presentarles una religión menos descreditada, enseñándoles a leer, inculcándoles la religión del capitalismo monopolista en lugar de la religión feudal. Es una nueva forma de la hipocresía, una nueva estafa contra la cual debemos luchar como contra la Iglesia católica.

El imperialismo frente a una situación tal de inestabilidad económica y política se esfuerza por utilizar toda ocasión y emplea todos los medios para continuar su colonización de América latina. Provoca las crisis económicas, como es el caso de México, con la disminución de la explotación del petróleo, para presionar al gobierno con el fin de suprimir las cláusulas de la Constitución que no le convienen. Distribuye ampliamente los créditos, como ha hecho el imperialismo yanqui en Colombia, con el objeto de dominar los países, pero, cuando notó que el gobierno colombiano oscilaba entre la influencia inglesa y la suya, rechazó el monopolio del petróleo, cortando bruscamente los créditos, provocando de esta manera la paralización de las obras publicas comenzadas, gran desocupación, etc. El imperialismo provoca de la misma manera las crisis políticas y compra a los parlamentarios, periodistas, ministros; provoca conmociones, insurrecciones, con la finalidad de intervenir luego como árbitro, para ayudar al gobierno amenazado y obtener de él, en cambio, concesiones económicas y políticas. La guerra civil de Colombia, que terminó con la separación de Panamá, es un ejemplo típico. Hoy en día, son los mismos generales liberales que a fines del siglo pasado han provocado la guerra civil, que permitió a la América del Norte apropiarse de Panamá, quienes se esfuerzan, con el dinero y el apoyo del imperialismo yanqui, en provocar una nueva "revolución", por la cual les Estados Unidos esperan repetir el golpe de Panamá, creando la republica del petróleo (Zulia), o, por lo menos, salvando al gobierno colombiano actual, obtener de él las concesiones petrolíferas que la Standard Oil Company necesita. El imperialismo excita también el chauvinismo nacional en los países sudamericanos, y suscita y agudiza entre ellos los conflictos de fronteras y la guerra, para luego poder intervenir como árbitro. Típicamente es el conflicto actual que ha puesto frente a frente a Honduras y Guatemala. La causa real del conflicto es la lucha entre dos grandes compañías yanquis productoras de bananas. En fin, interviene con su ejército, como en Nicaragua, donde encuentra resistencia a su política imperialista.

La lucha de los dos imperialismos más poderosos, sus métodos de corrupción, las intrigas políticas y financieras, son un elemento de inestabilidad más en la situación latinoamericana.

El problema de las razas sobre el cual volveremos cuando se trate el punto correspondiente del orden del día, es también uno de los elementos importantes de la situación. Muchos camaradas han negado que en América latino existe el problema de las razas, afirmando que los negros, indios y mestizos, tienen iguales derechos y que en ninguna parte se encuentran los prejuicios raciales, semejantes a los que aparecen en Estados Unidos. Es exacto que las leyes no establecen diferencias entre las razas, pero veamos los hechos: ¿Quiénes son los obreros agrícolas más explotados, más miserables? ¿Quiénes son los campesinos despojados de sus tierras por los grandes terratenientes y las compañías extranjeras? Los indios. ¿Qué son los grandes terratenientes, los accionistas que los explotan? En su mayoría blancos y mestizos.

Los levantamientos de los indios por el rescate de sus tierras tienen todos los caracteres de una lucha de razas, de los indios contra los "blancos", así como contra los obreros blancos, porque "blanco" es sinónimo de explotador y expoliador. En las minas, en las grandes empresas imperialistas, donde el trabajador es explotado de una manera inaudito, ¿qué son los explotadores? En su gran mayoría, blancos y mestizos.

Se desarrolla, asimismo, una lucha de razas entre indios y negros que es creada y mantenida por el imperialismo, que da a los negros importados de Haití, Jamaica, etc., una posición superior a la de los indígenas. Los imperialistas hacen de los negros, sus servidores personales, capataces que dirigen y controlan a los indígenas, y que hacen sentir vivamente su superioridad social como hombres de confianza de los blancos. Así, la cuestión social está penetrada y se complica por el factor racial y estudiaremos en detalles estas cuestiones, cuando tratemos el punto respectivo del orden del día. Este también es un elemento de inestabilidad en las relaciones políticas y sociales.

III. Caracteres del movimiento revolucionario latinoamericano

Con la excepción del camarada Gussew (Travin) que ha realizado estudios de alto vuelo sobre el movimiento revolucionario latinoamericano y que considera la revolución mexicana como de tipo socialista elemental y proletaria, todos estamos de acuerdo, en lo presente, para caracterizar el movimiento revolucionario de América latina, como de tipo democrático-burgués antiimperialista. Este término entró en nuestro vocabulario y todos los camaradas lo repiten; pero no estoy plenamente seguro que todos hayan comprendido bien el verdadero significado de la revolución democrático-burguesa. Tengo la impresión que bajo este término, se ocultan muchas veces, ideas confusas y falsas.

La revolución democrático-burguesa no es una revolución efectuada por burgueses o pequeñas burgueses democráticas, para quitar el poder político a los grandes terratenientes conservadores.

La revolución democrático-burguesa tiene una misión económica: quebrar la dominación del feudalismo, del imperialismo, de la Iglesia, de los grandes terratenientes; liberar a la América latina de las empresas imperialistas, solucionar la cuestión agraria, entregando la tierra a los que la trabajan, sea bajo la forma de la repartición individual a los campesinos, sea devolviéndola a las comunidades agrícolas o colectivamente a los obreros agrícolas, bajo la forma de cooperativos de producción, de comunidades rurales o de empresas colectivas. Su finalidad es, pues, la nacionalización de las tierras, del subsuelo, del transporte y de las grandes empresas imperialistas; la anulación de las deudas del Estado, la creación del gobierno obrero y campesino, sobre la base de soviets de obreros, campesinos y soldados, la supresión del ejército y su sustitución por la milicia obrera y campesina, el mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros, jornada de 8 horas para la generalidad de los trabajadores, de 6 horas en las minas y trabajos insalubres, seguros sociales, etc., etc..

Estamos, pues, bien lejos de una revolución de la pequeña burguesía democrática. Sin duda, tal revolución abolirá la dictadura fascista, militar o personal y establecerá un régimen de amplia democracia obrera y campesina. Insisto sobre este carácter de clase de nuestra democracia: la libertad, sí; pero no para todos, no para los imperialistas, los grandes terratenientes, los banqueros, el clero, los generales; la libertad para los trabajadores y las posibilidades de usar apoderándose de la prensa, los edificios públicos etc., para las organizaciones obreras y campesinas, porque la libertad es nada sin los medios necesarios para utilizarla, y en la sociedad capitalista, solo los burgueses tienen el dinero necesario para el usufructo de la misma. No es, entonces un Estado liberal el que nacerá de la revolución democrático-burguesa, sino la dictadura democrática de los obreros y de los campesinos.

Naturalmente, los movimientos revolucionarios de América latina no han tomado ese carácter que los hubiera conducido rápidamente a la revolución proletaria; se han detenido en el camino después del primer paso, pero las reivindicaciones fundamentales de las masas obreras y campesinas que tomaron parte en esos movimientos, eran exactas: son y serán siempre de esta naturaleza. El fondo de todo movimiento revolucionario es la cuestión de la tierra, la lucha antiimperialista, la lucha por el mejoramiento del nivel de vida de los obreros y es este motor el que pone en movimiento a las masas y el que caracteriza el movimiento revolucionario, y no el punto en el cual la burguesía y el imperialismo llegan a detener el movimiento y a engañar demagógicamente a las masas.

Sin duda, han habido, y habrán en América latina, golpes de Estado militares, no apoyados por una acción de masas, "revoluciones de palacio" que tiendan a cambiar las camarillas gubernamentales, ya sea en provecho de otro imperialismo ya en beneficio de otra capa de la burguesía parasitaria; pero, frecuentemente, esos cambios de gobierno, esas revoluciones de tipo sudamericano, se apoyan sobre movimientos de masas o utilizan demagógicamente el descontento de estas y su voluntad de lucha revolucionaria.

Si tomamos los principales movimientos revolucionarios ‑ México, Chile en 1924‑25, Ecuador en 1925 ‑, vemos que el cambio del gobierno se debe o está acompañado, por un vasto movimiento de las masas obreras y campesinas. Si estudiamos ahora los movimientos revolucionarios en gestación en Colombia, Venezuela, Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, en México mismo, tenemos al lado de conspiraciones militares liberales, más o menos serias, o más o menos influenciadas por un imperialismo, un vasto movimiento de masas: huelga bananera en Colombia, huelgas espontaneas en Venezuela, ola huelguística en el Brasil, levantamientos indígenas en Ecuador, Perú, Bolivia, etc. Y este movimiento de masas es un movimiento revolucionario de tipo democrático-burgués, aunque aborte o aunque arribe solamente a un cambio de la camarilla gubernamental. El movimiento de masas, sofrenado un momento por un cambio de gobierno y algunos gestos demagógicos, no cesará. Renacerá, tomara nuevas formas, volteará los gobiernos "revolucionarios" hasta el momento en que las profundas aspiraciones de las masas por la tierra, contra el imperialismo, por los fines de la revolución democrático-burguesa, sean satisfechos. Y no lo serán hasta que el poder político no esté en manos de las masas obreras y campesinas.

Quisiera, todavía, abordar algunos problemas particulares relativos a este tema de la revolución democrático-burguesa.

1. La relación reciproca de la revolución democrático-burguesa con la revolución proletaria

La teoría del compañero Gussew (Travin) sobre el carácter proletario y socialista elemental de la revolución mexicana, conduciría, naturalmente, a nuestro Partido mexicano al peor oportunismo, enmascarado en teorías muy radicales. La actitud de nuestro Partido con respecto a los gobiernos de Calles, Obregón y Portes Gil es un ejemplo de este oportunismo, que proviene de la convicción inconsciente, pero muy arraigada, que la revolución mexicana es una revolución proletaria de tipo elemental y que es menester defender a su gobierno contra las tentativas reaccionarias. Es preciso, pues, darnos cuenta de las relaciones entre las revoluciones democrático-burguesas y la proletaria.

Si contemplamos la revolución proletaria en la perspectiva histórica, vemos que no es un acto único ni momentáneo: es toda una época histórica, un largo proceso revolucionario que ha comenzado con el fin de la guerra mundial y que terminara con la victoria definitiva del proletariado. Ese gran proceso histórico no está formado solamente por revoluciones de tipo proletario como la rusa. Toda acción de las masas explotadas contra el capital y el imperialismo, la lucha de los obreros, de las metrópolis, por una parte, la lucha de los pueblos oprimidos, por su independencia, las revoluciones democrático-burgueses de los pueblos coloniales, etc., todas estas batallas librados contra el imperialismo, forman parte del gran proceso histórico de la revolución proletaria. Aun si por su naturaleza, los movimientos no son socialistas y proletarios. La época en que se producen, hace de las fuerzas revolucionarias, uno de los factores más importantes que terminaran con el régimen del imperialismo. Así, la revuelta de los drusos, la guerra de independencia de los marroquíes feudales contra el imperialismo francés, la guerra de Sandino, la revolución china aun en la fase del Kuo‑min‑tang, forman parte, a pesar de su carácter no socialista ni proletario, del proceso histórico de la revolución social internacional. Lo mismo sucede para la revolución mexicana y el movimiento revolucionario de América latina en general. Pero ese papel histórico no da al movimiento un contenido proletario y socialista. Por su naturaleza propia, por su contenido económico y social, son movimientos de independencia nacional que conservan el carácter feudal de las relaciones sociales, como en Marruecos, o movimientos de tipo democrático-burgués antiimperialista como en México, China, etc.

Nuestra posición a su respecto, debe estar condicionada por ese doble carácter, su alcance histórico revolucionario y su contenido no proletario, a veces aun antiproletario. Nuestra tarea es defender esos movimientos contra el imperialismo que quiere sofocarlos; pero también trabajar en el seno de los movimientos para apoderarnos del movimiento de masas de los obreros y los campesinos y orientarlo en el camino de la revolución democrático-burguesa, susceptible de transformarse en revolución proletaria. No ver más que la primera tarea, el primer aspecto del problema, es caer en el oportunismo más peligroso; no ver más que la segunda, sería desconocer la época histórica en qué vivimos y el papel de los movimientos de independencia nacional, de los campesinos por la posesión de la tierra, etc., en el proceso de la revolución social internacional.

2. Nuestra actitud con respecto a los movimientos revolucionarios democrático-burgueses

Nuestra actitud con respecto a los movimientos revolucionarios democrático-burgueses de la América latina, fluye de lo que acabo de manifestar sobre su doble carácter. Es claro que debemos participar activamente en todo movimiento revolucionario que mueve a las masas obreras y campesinas por la defensa de sus reivindicaciones. Debemos participar en toda acción, armada o no, de las masas por la defensa de las posiciones ya conquistadas contra las tentativas reaccionarias de los grandes terratenientes; debemos participar en todo movimiento insurreccional por la posesión de la tierra, contra los gobiernos de terror blanco, etc.; pero participar en el movimiento no significa el apoyo incondicional al gobierno pretendidamente revolucionario, o al estado mayor de los oficiales liberales que dirigen la insurrección. Debemos tomar parte en la acción revolucionaria como una fuerza independiente, con un programa propio de gobierno obrero y campesino, con las consignas fundamentales de la revolución democrático-burguesa, realizando, si es útil, alianzas temporarias de tipo militar, con las fuerzas de la pequeña burguesía revolucionaria; pero sin abandonar jamás la propaganda de nuestras consignas y la organización de nuestras fuerzas sobre la base de nuestro programa.

¿En qué sentido debe ser dirigido nuestro esfuerzo? Frecuentemente, aun cuando hay en las masas un fermento revolucionario, los jefes liberales se esfuerzan en dar al movimiento revolucionario un carácter puramente militar o de conspiración de pequeños grupos de políticos y de generales. Nuestra intervención debe tender a mover las masas obreras y campesinas, a no limitar el movimiento a la acción de pequeños grupo, sino provocar la acción de las masas campesinas por la tierra; de las masas obreras y de los soldados por sus reivindicaciones propias, etc., difundiendo por una intensa agitación nuestras consignas entre las masas insurreccionadas, dándoles conciencia de la finalidad hacia la cual deben tender su voluntad de lucha y sus aspiraciones revolucionarias.

No solamente debemos disponer todas nuestras fuerzas para poner en movimiento a las masas, sino también para organizarlas bajo nuestra influencia, si es posible. Es preciso crear comités de acción, de campesinos, de obreros agrícolas, de trabajadores urbanos; convocar conferencias o congresos de obreros y campesinos para establecer las reivindicaciones fundamentales de las masas; es necesario, durante las luchas revolucionarias, que los comités de acción se transformen en soviets de obreros, campesinos y soldados, creando, donde las masas dominan la situación, el poder de los obreros y campesinos, y esforzándose por desarrollar un movimiento que lleve por finalidad la constitución de un gobierno y de un poder revolucionario soviéticos, que emane directamente de las masas.

Hasta la fecha, nuestros Partidos han concentrado exclusivamente sus esfuerzos para la organización puramente militar, sin intentar la organización política correspondiente, para arrojar en la masa la voluntad de una lucha por el poder obrero y campesino. El ejemplo de la última guerra civil en México es típico a este respecto. Nuestros camaradas de la Liga Campesina de la región de Veracruz, armados y organizados en batallones de campesinos, han sido los primeros en penetrar en Veracruz para vencer a las tropas contrarrevolucionarias. Han luchado valientemente, pero han combatido como tropas fieles al gobierno de Portes Gil o del gobernador de la Provincia Tejeda. No formaron soviets en la región dominada por ellos; con las armas en las manos, no han convocado un congreso obrero y campesino del Estado de Veracruz, para plantear las reivindicaciones fundamentales de los obreros y campesinos de México en esa lucha, sino que han obrado como tropas auxiliares del gobierno, no teniendo otra finalidad, otro objetivo, que los perseguidos por el gobierno: vencer a los insurrectos y restablecer el poder de Portes Gil.

Debían luchar contra las revueltas de los generales reaccionarios, como lo han hecho, sí; pero, al mismo tiempo, luchar por las reivindicaciones fundamentales de las mases mexicanas y organizarlas, política y militarmente, alrededor de un programa político para el desarrollo del movimiento revolucionario. En Colombia, se observó la misma situación durante la huelga bananera. Toda la zona en poder de los huelguistas, la población, los pequeños comerciantes, los artesanos, los pequeños cultivadores, aliados con los huelguistas, el ejército nacional disgregado, descompuesto, fraternizando sus soldados con nuestros compañeros y del Comité de Huelga, en lugar de utilizar esta situación para crear los soviets de obreros, campesinos y soldados, en lugar de proclamar el poder revolucionario en la región, no solamente organizar militarmente, sino políticamente, alrededor de consignas claras, se han limitado a una preparación militar de los huelguistas exclusivamente, sin tomar las armas que los soldados les ofrecían.

A esta altura, creo necesario decir algunas palabras sobre la formación de los soviets. La palabra es de origen ruso y tengo la impresión que algunos camaradas se imaginan que es una cosa muy complicada para crear, que es una importación de otro ambiente. Veamos las cosas prácticamente, tomando como ejemplo la huelga bananera. Existía en Colombia, un comité de huelga de 60 camaradas, representantes de los diversos sectores de la zona. Este Comité estaba encargado de desempeñar una misión militar, preparar la lucha y conducirla contra la policía y el ejército; funciones de aprovisionamiento de los huelguistas, dirección de la cooperativa de aprovisionamiento, dirigió toda la huelga y era el órgano superior. En sus manos se concentró todo el poder de la huelga y, en un momento determinado, todo el poder de la región. Cuando los soldados fraternizaron con los huelguistas y ofrecieron sus armas, se los hubiese elegidos para el comité central de los representantes de los soldados, y en el momento en que el poder civil y administrativo de la región había desaparecido, el Comité de Huelga hubiese podido decidir que todo el poder de la región pasara bajo la dirección del Comité de Huelga de obreros y soldados, ocupando los edificios públicos, creando en cada región, en cada centro de la zona, los comités locales, para dirigir, no solamente la huelga y la acción revolucionaria, sino toda la vida pública. He aquí el Comité de Huelga funcionando como un soviet, convirtiéndose en el soviet de la región. Eso no es muy complicado.

Contemplamos los últimos acontecimientos acaecidos en Bogotá. Huelga general política, manifestaciones de masas de tal amplitud, que el gobierno se vio obligado a hacer dimitir a dos de sus ministros, los más comprometidos en la lucha contra la huelga bananera. Existía sin duda en Bogotá, un Comité de Huelga, un comité de acción representando las diversas organizaciones obreras, decidiendo si los tranvías debían marchar o no, si la electricidad debía suministrarse, organizando el aprovisionamiento de los obreros en huelga, etc. Si el trabajo revolucionario hubiera sido efectuado en el ejército, los soldados podían adherirse al movimiento, nombrar también sus delegados al comité de acción y, según el desarrollo de la lucha, según la correlación de fuerzas, la voluntad de las masas arrastradas por nosotros, según el desarrollo del movimiento en el resto del país, pudo lanzar la consigna: todo el poder al Comité de Acción, aprisionamiento del gobierno, y el Comité de Acción, emanado de las masas en lucha, organizar en su propio seno, el nuevo gobierno, controlado y dirigido por él. Así, de la misma masa en lucha, nace el poder soviético, no es una cosa extraña al movimiento de masas: nace de la lucha misma y se organiza, se consolida, se completa, en el curso de la lucha y después de la toma del poder, cuando el enemigo de clase esta vencido y toda la vida política, económica, social, cultural, está organizada por el nuevo poder.

3. Dos concepciones opuestas del movimiento revolucionario

Es necesario dejar establecido que nuestra concepción de la revolución está en completa oposición con la concepción puramente conspirativa y militar de los jefes de la pequeña burguesía liberal revolucionaria. Para estos, la fermentación revolucionaria de las masas es un índice de que el momento es propicio, que el medio es favorable, que el viejo gobierno esta desacreditada, y que el golpe de estado militar, tiene perspectivas de éxito. El motor esencial de la revolución para ellos, es el ejército, los oficiales comprometidos en la conspiración, que participarán en el golpe de Estado, arrastrando tras sí a las tropas bajo su mando. La finalidad es reemplazar el gobierno desacreditado. Cuando este objeto es conseguido, para contentar a las masas, realizan algunos gestos demagógicos. Contra el clero o, como el gobierno ecuatoriano en 1925 que encarceló a los grandes banqueros de Guayaquil, o nombrando, para ocupar puestos en la administración gubernamental, a algunos jefes sindicales, si la presión de las masas es muy fuerte, estableciendo una nueva constitución que acuerda, sobre el papel, muchos derechos a los obreros y campesinos, cuando el movimiento se ha desarrollado paralelamente a la acción militar y que los campesinos, con las armas al brazo, reclaman la tierra, o va más lejos, en la realización de la revolución democrática-burguesa y distribuye una parte de las tierras a los campesinos, como en México. Pero la realización de las aspiraciones de las masas depende siempre de la presión que las mismas ejercen sobre el nuevo gobierno, originado por una revolución de este tipo.

La evolución de un gobierno como este, es siempre la misma. Más o menos rápidamente recurre a los compromisos con el imperialismo y los grandes terratenientes, desarma a los campesinos y establece un régimen de dictadura militar o personal que no se distingue de sus predecesores más que por una nueva forma de demagogia.

En Ecuador esta evolución ha durado algunos meses; en México, varios años, pero es la misma y seguirá siéndolo, donde el movimiento revolucionario toma esta forma. Una nueva crisis revolucionaria, una nueva explosión de la voluntad revolucionaria de las masas, será necesaria para detener ese retroceso, poner fin a la capitulación y hacer avanzar el movimiento hacia su fin democrático-burgués.

El ejemplo de la revolución mexicana que sin réplica ha sido el movimiento revolucionario de carácter democrático-burgués antiimperialista, que ha ido más lejos en el camino de las realizaciones revolucionarias en América latina, es muy sugestivo a este respecto. Es necesario que nos detengamos un instante en su análisis.

El movimiento revolucionario nació de la acción de las masas campesinas por la posesión de la tierra. Ha tenido, pues, desde el principio, el carácter de un movimiento de masas y la presión armada de los campesinos, obligó al gobierno que emergió de estos acontecimientos, a realizaciones y no solamente a gestos demagógicos o frases revolucionarias. Los gobiernos de Obregón y Calles, representaban la coalición de cuatro clases: la burguesía agraria y la clase de terratenientes nacidos de la revolución o sumados a esta, la pequeña burguesía, los campesinos y una gran parte de la clase obrera representada por el Partido Laborista y la C.R.O.M. Este bloque gubernamental ha evolucionado. La política de Obregón y Calles fue la de desarrollar y fortificar a la burguesía agraria y llegar a un compromiso con el imperialismo. Los campesinos fueron desarmados, los tribunales de apelación devolvieron la tierra a los antiguos terratenientes. Las relaciones con el imperialismo mejoraron gracias a la política capitulacioncita del gobierno mexicano. El gobierno quebró las huelgas realizadas por la categoría más activa de la clase obrera. El nuevo código del trabajo es un retroceso en toda la línea de la legislación obrera. Esta política provoco y desarrollo conflictos de intereses en el seno mismo del bloque gubernamental. A pesar de la política hábil y demagógica de Obregón y Calles, el bloque gubernamental se dislocó. La muerte de Obregón precipitó este proceso. La derecha obregonista, la burguesía agraria y los terratenientes, se levantaron contra el gobierno de Portes Gil. Este ha vencido gracias al apoyo del imperialismo yanqui y a la acción de las masas obreras y campesinas, pero la "pacificación" del país, la liquidación política del levantamiento contrarrevolucionario, cristalizará en otra dirección: compromisos con la Iglesia y los grandes terratenientes, lucha contra vanguardia obrera y campesina y la subordinación al imperialismo yanqui. La revolución mexicana está en una vuelta histórica decisiva. Lo que ha sido antes de la última revuelta, no puede ser más. Se opera un reagrupamiento de fuerzas, y aparece absolutamente claro que solo una nueva acción revolucionaria de las masas obreras y campesinas, una nueva crisis revolucionaria violenta, impedirá la liquidación completa de las posiciones adquiridas anteriormente por las masas laboriosas. El rol y la acción política de nuestro Partido son decisivos en esta hora. Si sabe movilizar las masas obreras y campesinas para la lucha; si las sabe conducir, la hegemonía en la lucha revolucionaria pasará, de las manos de la pequeña burguesía capitulacionista, a las del proletariado y campesinos revolucionarios.

La política del gobierno "revolucionario" de México ha consistido en una larga serie de capitulaciones y de compromisos ante las fuerzas que debía combatir, por ser esta su misión histórica: el imperialismo y los grandes terratenientes. Ha capitulado con lentitud, solamente a causa de la presión revolucionaria de las masas que ha tratado de engañar luchando con más intransigencia contra el clero mientras capitulaba ante el imperialismo yanqui.

Nuestra concepción del movimiento revolucionario democrático-burgués latinoamericano es totalmente diferente de esta concepción de los círculos pequeño-burgueses liberales. A su concepción del golpe de estado militar, de la conspiración cuartelera y de los politicastros y utilizando el movimiento de las masas ascender al poder, en lugar de los grandes terratenientes conservadores, oponemos nuestra concepción de la revolución que nace de movimiento de las masas campesinas, agitadas por la posesión de la tierra, y de la clase obrera contra las empresas que la explotan. La insurrección de campesinos, la huelga de masas, transformándose en huelga política y en insurrección; la estrecha alianza del movimiento de los campesinos con el de los obreros industriales y agrícolas, la disgregación del ejercito sosteniendo las reivindicaciones de los soldados, de las tropas y luchando por su realización, creando células revolucionarias entre los marinos y soldados para asegurar el pasaje de las tropas al lado de los campesinos y de los obreros, adueñándose del poder, y creando el nuevo basado sobre los Consejos de campesinos, obreros y soldados. En las regiones donde se han mantenido las comunidades agrícolas de indios que luchan con las aras al brazo contra los grandes terratenientes, la comunidad agraria se transformará en órgano del poder político y administrativo local. Según nuestra concepción de la revolución, la acción de masas es esencial, la acción del ejercito es, sin duda, una ayuda necesaria; pero una ayuda al movimiento principal, mientras que para los generales liberales es al contrario: es la masa la que ayuda la acción del ejército, siendo este lo esencial. Lejos de mí la idea de disminuir la importancia del papel de preparación y de acción armada, en las revoluciones de las masas obreras y campesinas, ni de menospreciar el pasaje de una parte del ejercito al campo de la revolución; pero esta acción armada de las masas debe tener un contenido político, debe tender a la realización de las esenciales reivindicaciones de las masas, crear los órganos del poder obrero y campesino, no ser solamente un ejército de reserva a las órdenes del estado mayor de los generales liberales.

Esto nos conduce a contemplar la ligazón necesaria entre la huelga, las demostraciones de las masas en general y el movimiento revolucionario. Nuestras camaradas colombianos han emitido a este respecto, ideas absolutamente erróneas que es necesario combatir, porque sino nos conducirían a una posición netamente contrarrevolucionaria. Entre los jefes del Partido, algunos consideran que la huelga es una cosa y la revolución otra que no tiene nada de común con la primera. Naturalmente toda huelga no puede desarrollarse en revolución, esta depende de la amplitud del movimiento, del estado de espíritu de las masas, de la situación revolucionaria objetiva y sería un error querer desarrollar toda huelga en insurrección; pero sería también absolutamente falso y peligroso considerar que la revolución ‑ nuestra revolución y no la de los generales liberales ‑ estallará sin vastos movimientos de huelga y grandes demostraciones de masas. Pensar, como lo hacen algunos camaradas colombianos, que la huelga perjudica a la revolución porque desvía los esfuerzos de los obreros del objetivo revolucionario esencial, es no comprender el marxismo ni el leninismo.

Tomemos el ejemplo concreto de la huelga bananera y la actitud del C.C.C.C. de Colombia. He aquí una huelga que cuenta con la unanimidad de 32.000 obreros de la United Fruit Company, contando con la simpatía de las masas campesinas y pequeño-burguesas de la región. Estalló por las reivindicaciones inmediatas, que luego tomó un evidente carácter político, no solamente en Colombia, por el envío de tropas, sino en el orden internacional por la importancia del conflicto y su carácter antiimperialista. El ejército enviado fraterniza con los huelguistas, se descompone, ofrece sus armas a los obreros; los generales, obligados a jurar sobre la bandera roja, que no traicionaran a los obreros. El movimiento de solidaridad se organiza en la región de Magdalena, que es la comunicación esencial con la Capital y con Barranquilla. El Comité Central envía sus órdenes para desarrollar la acción de solidaridad en todo el país, decisión exacta y necesaria; da la orden tardía de desarrollar el movimiento, orden exacta pero dirigida demasiado tarde. ¿Y qué hizo el C.C.C.C. ‑ comité militar del partido? Impide la acción de solidaridad, envía contraordenes por todo el país, porque esa huelga bananera no entraba en el plan de revolución preparada de acuerdo con los generales liberales. La revolución debía desenvolverse de acuerdo a la estrategia de estos grandes militares. La huelga bananera, teniendo todos los caracteres de una insurrección, se desarrolló en un medio que podía hacer de ella el centro del movimiento revolucionario en Colombia; el punto de partida de la revolución colombiana. Es la falsa concepción de la "Revolución" sin ser ligadas con las huelgas por reivindicaciones inmediatas, es la concepción pequeño-burguesa liberal del golpe de estado, de los pequeños comités conspirativos, que ha contribuido ampliamente a la derrota de la huelga y le ha impedido desarrollarse en un verdadero movimiento revolucionario. Es necesario extraer de esta lección la experiencia para evitar la reproducción de tales errores.

También en Brasil tengo la impresión que nuestros camaradas consideran la huelga de San Pablo como un movimiento corporativo, no esforzándose por desarrollar la huelga general de solidaridad; mientras que por otra parte han creído propicia la situación revolucionaria para un golpe de estado de los generales liberales.

Así, se destruye también la ligazón necesaria entre las reivindicaciones parciales e inmediatas y el movimiento revolucionario. De una lucha por salarios mejores, o contra largos contratos de trabajo, o contra los Comisariatos, puede desarrollarse un movimiento revolucionario, particularmente en la situación de inestabilidad de los países latinoamericanos. Es preciso, pues, combatir la política "del todo o nada", la política del "cuanto peor, mejor" tal como la conciben algunos camaradas colombianos, que han saludado con júbilo la "ley heroica", la ley represiva, diciendo: "Cuanto más presione la reacción, más rápidamente estallará la revolución". Estos camaradas están actualmente en prisión y sus planes revolucionarios destruidos. Igualmente, algunos camaradas han recomendado a los campesinos la aceptación de contratos desastrosos para ellos, asegurándoles que la revolución cambiara todo. ¡No, camaradas! La acción revolucionaria leninista no desprecia la lucha por las reivindicaciones inmediatas; al contrario, busca desarrollar toda acción que tenga algunas probabilidades de éxito y que llegue a agrupar a los obreros, a organizarlos. En el curso de la lucha trata de educarlos, de elevarlos a un nivel político superior, a desarrollarlos, si las condiciones son favorables, en un movimiento revolucionario de masas. Es por esto que no tenemos ni programa mínimo ni máximo, que buscamos de desarrollar la acción revolucionaria partiendo de los combates por las reivindicaciones inmediatas.

De lo que precede, del análisis de las dos concepciones opuestas del desarrollo del movimiento revolucionario aparece, pues, que el momento más importante para el desenvolvimiento de la revolución es aquel en que las masas entran en movimiento, en que las masas establecen sus reivindicaciones políticas, organizándose para realizarlas, militar y políticamente, en el cual crean sus propios órganos de poder, en que los obreros y campesinos alcanzan la hegemonía en la lucha y la arrancan de las manos de los intelectuales y de los generales pequeño-burgueses.

La cuestión de la hegemonía en el movimiento revolucionario es, pues, esencial. La preocupación de nuestros partidos debe ser siempre la de arrancar esa hegemonía de las manos de la pequeña burguesía, ganándose la confianza de las masas obreras y campesinas para una acción política más amplia, organizándolas y llevándolas a la lucha por sus reivindicaciones fundamentales, lanzándoles en el combate las consignas que correspondan a las aspiraciones revolucionarias de las masas, etc.

Si la hegemonía queda en las manos de la pequeña burguesía, tarde o temprano el movimiento revolucionario será refrenado, las masas desarmadas y se contraerán compromisos con el imperialismo y las fuerzas reaccionarias. Y se necesitará una nueva crisis revolucionaria para realizar los fines del movimiento revolucionario. Si la hegemonía pasa a manos del proletariado y de su partido, la revolución democrático-burguesa realizará sus fines y podrá rápidamente, en el curso mismo de la batalla a la contrarrevolución, desarrollarse en una revolución netamente proletaria. La existencia de un primer gran Estado proletario, la existencia de la Internacional Comunista y de la solidaridad internacional, y las mismas condiciones del desenvolvimiento capitalista en América latina ‑ en grandes empresas concentradas, en grandes plantaciones, etc. ‑, permiten un desarrollo rápido de la revolución democrático-burguesa en revolución proletaria.

Antes de abordar la cuestión de nuestras tareas, diré todavía dos palabras sobre un problema señalado por el compañero Suárez. Ha planteado la cuestión de la utilidad del atentado individual contra Gómez, Machado, Ibáñez. Ustedes saben que los comunistas son adversarios de los actos terroristas individuales. ¿Qué continuación tendría el asesinato de Gómez en Venezuela, cuando no tenemos allí un obrero organizado, ni un partido, ni siquiera un grupo comunista? Otro dictador tomara el poder y acrecentará el terror contra los obreros y los campesinos. A través de un movimiento de masas cuando los obreros y campesinos estén en agitación, cuando un acto terrorista puede desarrollar el movimiento revolucionario y sembrar la confusión entre los adversarios, tal acto presenta otro carácter y puede ser encarado. Por ejemplo, cuando los obreros de las plantaciones bananeras de Colombia se apoderaron de los generales y les hicieron jurar fidelidad sobre la bandera roja, hubiera sido mejor aprisionarlos ‑ aun ejecutarlos ‑, que creer en sus juramentos. Pero debemos rechazar toda sugestión de recurrir a actos terroristas individuales, desligados de la acción de las masas, para reemplazar al movimiento de masas. El atentado individual no puede reemplazar jamás al movimiento de masas y una revolución no se desarrollará sino a condición de ser un movimiento de masas. El esfuerzo reclamado para organizar a las masas y arrastrarlas a la acción es más grande que él necesario para envenenar o hacer saltar a un dictador; pero sin este movimiento de masas no hay revolución. Y lo que nosotros queremos es la revolución y no la cabeza de Gómez; porque sabemos que la cabeza de Gómez no nos dará la revolución, pero que esta, con toda seguridad, dará la cabeza de Gómez y también la de algunos otros, y que dará igualmente la tierra a los campesinos, el poder a los trabajadores y la seguridad de un porvenir de paz y de prosperidad en el trabajo.

IV. Nuestras tareas tácticas

Ante la situación que puede enfrentarnos en un porvenir próximo con grandes tareas, que ya coloca a nuestro partido de México frente a una de las más graves responsabilidades, hay una tarea fundamental sin cuya realización todo lo que discutimos no es más que un juego y un parloteo sin valor. Esta tarea es la de crear, consolidar, formar los Partidos Comunistas en todos los países latinoamericanos, como una fuerza política independiente, íntimamente ligada a la masa obrera y campesina. Esto podrá parecer superfluo a más de uno porque nos encontramos aquí en una conferencia comunista. Estamos en una conferencia comunista, pero no de "partidos comunistas". Si exceptuamos la Argentina, el Uruguay y el Brasil, ‑ que tienen ya una organización y una ideología comunistas casi formadas y donde la consolidación y el refuerzo del partido, su orientación hacia las masas obreras de las grandes empresas es un deber urgente ‑, podemos afirmar sin temor de exagerar que debemos todavía crear nuestros partidos, verdaderos partidos comunistas. Por todas partes tenemos bases para nuestro trabajo, pero significaría crear ilusiones si consideráramos que tenemos verdaderos partidos comunistas. Aun para los tres partidos que he citado, la composición social está muy lejos de ser la que deben tener los partidos de regiones donde existe un gran proletariado agrícola, un proletariado explotado en los frigoríficos y en las empresas extranjeras. El partido está todavía constituido por obreros de las industrias secundarias y su ideología revolucionaria se resiente por esta situación. Es necesario convertirlo en el partido de las capas obreras más explotadas. Tenemos partidos que por su organización y su ideología no son todavía partidos comunistas. Es el caso del Partido Socialista Revolucionario de Colombia, del Partido Socialista de Ecuador, del Partido Laborista de Panamá, etc. Es necesario hacer allí un gran trabajo de organización de las masas, no contentarse con una influencia más o menos real sobre ellas, sino organizar de verdad el partido, con los obreros, los mejores revolucionarios. Es necesario, sobre todo, una gran labor de clarificación ideológica para que la acción del partido sea realmente comunista. En Ecuador es menester depurar al partido de los elementos reformistas gubernamentales; cambiar su composición social: menos intelectuales pequeño-burgueses, más obreros, obreros agrícolas. En otras partes no tenemos más que grupos, como en Perú, Bolivia, o partidos numéricamente muy reducidos por la represión, como en Cuba y en Chile. Tenemos, además, algunos partidos que son tan solo grupos de propaganda comunista en el seno de las organizaciones sindicales, como en Guatemala y en El Salvador. Por fin, tenemos en México un partido que está todavía lejos de la ideología comunista y sobre el cual se ejerce la influencia de la Liga Campesina, que le da el carácter de un partido obrero y campesino. Repito que tenemos en todas partes bases sobre las cuales construir; pero debemos construir. No tenemos todavía una red de partidos comunistas, independientes y fuertes y debemos construir en el sentido de la organización y en el del reforzamiento ideológico y de la educación política.

Organizar nuestros partidos es, pues, la primer tarea, sin la cual toda nuestra táctica es vana; porque el partido es el instrumento que puede aplicar la táctica revolucionaria, conducir a las masas sobre un programa claro y hacia un fin revolucionario cierto.

En seguida, es menester desarrollar los sindicatos revolucionarios. La Confederación Sindical Latino Americana ha nacido hace algunos días en Montevideo. Trátase de algo importante, cuyo significado histórico será inmenso, a condición de que no nos contentemos con las bases que han sido lanzadas y con las hermosas perspectivas futuras, sino que nos lancemos resuelta y activamente al trabajo para organizar a las masas alrededor de la bandera de la Confederación Sindical Latinoamericana en cada uno de nuestros países. Nuestra base se encuentra todavía en los obreros de las ciudades, en los obreros de las industrias secundarias. Es preciso volverla rápidamente hacia los obreros agrícolas, los obreros de las minas, de las grandes empresas imperialistas. Allí está el porvenir de la Confederación: las fuerzas vivas de la Revolución en América latina. Sin duda, no es necesario abandonar las ciudades; pero el peligro más grande no es el abandono de las ciudades, sino el hecho de desinteresarse de los obreros agrícolas y de los de las grandes empresas. Es necesario que para nuestra próxima Conferencia esta situación haya cambiado.

Es preciso organizar a los campesinos en las Ligas agrarias independientes, desarrollar las ligas antiimperialistas, crearlas donde no existen, desarrollar la organización del Socorro Rojo, arrastrar a los intelectuales, a los artesanos, etc., en la organizaciones; pero en cada organización de masa el partido debe crear sus fracciones, ser el animador, el motor de toda la acción de esos organismos.

En seguida es preciso desarrollar en la clase obrera, particularmente entre los obreros de la ciudad, una campaña sistemática e intensa contra el reformismo. La penetración gubernamental en el movimiento obrero, el sindicalismo de Estado de tipo fascista tales como se desarrollan en Chile, en Argentina, en México, etc. Crear nuestros Partidos, darles base e ideología proletarias, una dirección proletaria, tales son los primeros deberes revolucionarios, urgentes, absolutamente necesarios.

Cuando decimos que es preciso elevar el nivel ideológico de nuestros Partidos, es necesario no comprender por eso, que nuestros Partidos deben limitarse a estudiar, a leer las doctrinas comunistas. Ciertamente, es necesario estudiar y leer más de lo que se ha hecho hasta la fecha, porque sin estudio no se puede elevar el nivel ideológico y la capacidad política de partido; pero es preciso estudiar sobre el terreno de la lucha, estudiar luchando en los movimientos que se deben conducir de acuerdo a la experiencia internacional y de la doctrina, estudiar las debilidades, los errores cometidos para evitarlos en lo sucesivo, para corregirlos, estudiar igualmente los éxitos para enriquecer la experiencia internacional. Estudiar luchando, luchar estudiando, tal debe ser nuestro método.

La segunda tarea fundamental, es la de ligar nuestros Partidos con la masa obrera y campesina, crear las formas de organización que permitan a nuestros Partidos utilizar su influencia para la acción, de movilizar rápidamente las masas, de estar en estrecho y permanente contacto con ellas, para conducirlas de acuerdo a nuestras consignas, etc. ¿Cuáles métodos emplearemos para organizar estas masas y establecer esa ligazón para consolidar y fortalecer nuestra influencia?

Es preciso, primeramente, que nuestros Partidos se esfuercen por transformarse en verdaderos Partidos de masas, organizando las masas de obreros y campesinos. En segundo término, es menester que establecen su ligazón con las organizaciones obreras y campesinas con la ayuda de las fracciones comunistas, de las cuales he hablado en otra oportunidad. En todo sindicato, en toda liga campesina, el Partido debe organizar sus afiliados en fracción y estas trabajar en el sentido de hacer conocer nuestras consignas para ganar la confianza de los obreros y con esta, la dirección de las organizaciones. Es el método directo que es preciso emplear siempre.

Pero nuestros Partidos deben plantearse la cuestión de encontrar otros métodos, otros procedimientos, otras formas de organización, que faciliten el acercamiento y la ligazón del Partido con la masa de obreros y campesinos, sea que el Partido Comunista sea legal o ilegal, sea que encuentre especiales dificultades para trabajar directamente como Partido Comunista. ¿Cómo nuestros Partidos han intentado solucionar ese problema? Primeramente, creando otro partido, legal, de masas. El Partido mexicano se ha planteado el problema de crear un partido obrero y campesino o de transformar nuestro partido en partido obrero y campesino. Es crear en nuestras propias filas, la confusión y resbalar hacia la ideología del Partido Socialista Revolucionario. Bajo los consejos del Ejecutivo, de la I.C., el Partido mexicano ha renunciado a este punto de vista, pero la ideología del partido está penetrada fuertemente de esta idea.

En Panamá y Bolivia, tenemos la forma de Partido Laborista. Un núcleo de comunistas, dirigen un gran partido, al cual los sindicatos, las ligas campesinas, etc., se han adherido. El peligro es que ese Partido escape al control comunista y se transforme en juguete de los agentes del gobierno, como sucedió en Bolivia, donde aquella tentativa ha fracasado. Por otra parte, este método reduce al verdadero Partido, el Partido Comunista, a una especie de fracción secreta, de forma más o menos masónica, en el seno de otro partido que obra públicamente. El papel del Partido Comunista se reduce y su reclutamiento de nuevos afiliados, su desarrollo, queda trabado por el otro partido porque no puede haber dos partidos del proletariado.

En Ecuador y Perú, nuestros camaradas han solucionado o buscado solucionar, este problema por la creación de Partidos socialistas, otro término que en realidad significa lo mismo que los Partidos laboristas.

En Colombia, tenemos un Partido Socialista Revolucionario, en el que no existe más que el grupo comunista dirigente y que a todos los defectos de organización, y de ideología, une la confusión ideológica orientada hacia el golpe de Estado, pero que tiene gran influencia entre las masas desorganizadas, en los cuales solo los grupos de acción militar están organizados, etc.

Con respecto a este método de la creación de otro Partido, debemos distinguir situaciones diferentes. La primera es la del Perú, donde no existe todavía ese Partido y donde nuestro grupo comunista tiene la iniciativa de crearlo. Otra situación es la del Ecuador, Colombia, Panamá, donde tenemos ya ese Partido y donde los comunistas se esfuerzan por dirigirlo y de transformarlo, de hacerlo evolucionar hacia un Partido Comunista.

En el primer caso, creo que nosotros no debemos tomar la iniciativa de crear un segundo partido proletario, allí donde el Partido Comunista puede existir y trabajar como tal. Si el Partido Socialista no es más que una máscara legal para el Partido Comunista, podemos encarar este método, pero para nuestros camaradas no es lo mismo. Quieren formar y desarrollar paralelamente dos partidos proletarios. Uno secreto, ilegal reservado para los iniciados al pequeño grupo seleccionado de comunistas ya conscientes; otro, publico, legal, ampliamente abierto a los elementos intelectuales, que no serían admitidos en el Partido Comunista, es decir, a los elementos simpatizantes de la pequeña burguesía, cuya ideología no es comunista, que no ofrecerían garantía para el progreso del Partido Comunista. No se trata, pues, de una máscara legal del Partido Comunista, sino de un segundo partido proletario cuya base social será algo más amplia que la del Partido Comunista y cuya programa algo menos completo, menos revolucionario, más reformista, o, por lo menos, más confuso. Y nuestros compañeros esperan controlar el segundo partido mediante el primero. Debemos ponerlos en guardia y decirles francamente que consideramos sus planes como muy peligrosos. Tendrán, en los hechos, dos partidos proletarios cuya composición social y orientación política no serán idénticas. Fatalmente entrarán en conflicto y los elementos de confusión o no comunistas que se deslizaron en el Partido Socialista, se opondrán un día, con la ayuda del gobierno, a la política revolucionaria que tratara de imponer el partido ilegal. Entonces ocurrirá una crisis semejante a la del Partido Socialista del Ecuador, para depararlo y transformarlo en Partido Comunista. Pero bien puede ocurrir que demos nacimiento, que organicemos las primeras bases de un partido reformista que mañana, en las horas decisivas, será nuestro peor adversario. Temo que bajo una forma nueva y con una nueva etiqueta, tengamos en el Perú el resurgimiento del A.P.R.A.

Han habido en América latina otras tentativas para solucionar el problema de la ligazón con las masas, y en particular, con las de la pequeña burguesía liberal revolucionaria. Fue el A.P.R.A. en el Perú, que tendía a convertirse en el partido revolucionario de tres clases: pequeña burguesía, proletariado y campesinado, y que quería desempeñar en América latina el papel de Kuo‑min‑tang en China. Y es también la idea emitida por nuestro Partido brasileño, en el momento en que las tropas chinas del sud marchaban sobre Shanghái, de crear en el Brasil un Kuo‑min‑tang en el que entrarían el Partido Comunista con los liberales revolucionarios. La experiencia del Kuo‑min‑tang chino ha convencido a nuestros camaradas del Perú y del Brasil de la necesidad de tener un partido del proletariado para hacer la revolución, y no un partido de tres o cuatro clases, donde en realidad dominan los pequeños burgueses, que impiden el desarrollo de la revolución agraria y el movimiento revolucionario del proletariado, al que traicionan en el momento decisivo de la lucha revolucionaria.

Tenemos, por fin, otra forma de ligazón con la masa, la que adoptamos generalmente: el bloque obrero y campesino. Espero que cada Partido que ha empleado esta táctica vendrá a esta tribuna para hablar de sus experiencias, de sus éxitos, de sus derrotas, de los peligros y de las ventajas de esta táctica, a fin de que, sobre la experiencia de todos, podamos precisar y mejorar nuestra táctica. Los Partidos del Brasil, de la Argentina, del Uruguay y de México, poseen una experiencia que será útil estudiar detalladamente.

La ventaja de un medio tal de ligazón con las masas obreras y campesinas, es que evita la confusión generada por la creación de otro partido distinto del Partido Comunista. La situación reciproca del bloque y del Partido Comunista es clara. El Partido Comunista, participa en el bloque, siendo el único Partido que lo hace conjuntamente con otras organizaciones de masas. Continua, ante los ojos de las masas, como el único partido revolucionario, el único partido del proletariado.

Además, no es una organización tan completa y tan cerrada como un partido político: es una forma de organización ocasional, más floja que de un partido y que da a sus componentes libertad de acción. Puede, entonces, englobar masas más amplias, porque tiene una forma de organización que se presta mejor a una tal conjunción de fuerzas. Organizaciones obreras y campesinas que no adherirían a un partido, adhieren a une bloque momentáneo, cuyo fin es definido, a un Comité de acción, a un congreso obrero.

¿Cómo debe estar constituido? Naturalmente, es más que un simple frente único o una alianza ocasional; es la alianza de dos clases fundamentales de la revolución democrático-burguesa, para desarrollar la acción revolucionaria. Debe, en lo posible, estar constituido por la adhesión colectiva de las organizaciones obreras y campesinas y no por adhesiones individuales, sino puede llegarse por este camino equivocado a la organización de un segundo partido. Debe estar formado por la adhesión de sindicatos, ligas campesinas, comités obreros de acción, sociedades deportivas obreros, etc. Si en una fábrica se constituye un grupo de obreros deseando adherirse al Bloque, es preciso evitar la formación de una célula u otra organización del Bloque, sino arrastrar a los obreros para efectuar una asamblea de la fábrica y nombrar un Comité de fábrica, comité de acción, en una palabra: un comité de agitación, órgano de la masa obrera de la fábrica, y el Comité puede adherirse al Bloque, adhiriendo así a toda la fábrica, haciendo votar por todos los obreros esta proposición. Las finalidades no deben ser únicamente electorales. Puede transformarse en la máscara legal del Partido ilegal para las diversas elecciones o para agrupar a las grandes masas; pero si limita su papel a la sola actividad electoral sufrirá una degeneración parlamentarista. Debe ser, para el Partido, el medio de movilizar a las amplias masas obreras, pero también debe servir como medio de reclutamiento de adherentes para el Partido. El Partido debe atraer los mejores militantes del Bloque; debe utilizarlo para hacer conocer al Partido y sus consignas; debe utilizarlo como medio de reclutamiento permanente.

El peligro no es solamente de una degeneración parlamentarista, de la que hemos tenido manifestaciones evidentes en el Brasil, sino también de una transformación del Bloque en un partido político ligado a esa degeneración parlamentarista y que se producirá si el Partido Comunista cesa su acción propia, se limita a desarrollarse como una especie de fracción ilegal del Bloque. Este peligro ha existido remarcadamente en el Brasil. Nuestros camaradas lo han notado ya en su último congreso y han corregido la parte esencial de sus errores, disponiéndose a reclutamiento para el Partido, purificando el Bloque de los elementos políticos no comunistas, como el diputado Azevedo Lima, que fue excluido del Bloque. Otro peligro es que el control del Bloque escape al partido y que este se transforme en un arma en manos de los políticos pequeños burgueses y hasta de elementos gubernamentales. Este es el caso de México, cuya Liga Agraria, de Galván ‑ tras el cual me temo obre Tejeda ‑, tenga en el Bloque una influencia más grande que la del Partido. Es necesario remediar estos peligros, reforzando al Partido, utilizando el Bloque para hacerlo conocer, intensificando la actividad propia del Partido, y no obrar solamente por intermedio del Bloque. Es preciso, sobre todo, crear las fracciones comunistas en el seno de las organizaciones obreras y campesinas adheridas al Bloque, de manera que podamos tener en nuestras manos el conjunto de esta organización por medio de nuestra red de fracciones en todas las organizaciones de base. Con la condición fundamental de que el Partido active, reclute organice, el Bloque Obrero y Campesino puede transformarse en un auxiliar de su acción de masas. Si, por el contrario, el Partido se adormece, no se manifiesta en el Bloque, desaparecerá, ahogado por esta especie de nuevo partido en que se habrá convertido el Bloque obrero y campesino. El Bloque debe adquirir la forma de congresos obreros y campesinos con una finalidad precisa, para establecer las reivindicaciones de las masas, para preparar una acción común, etc. La forma de los Comités de acción obrera, etc., debe evitar el peligro de darse una organización, un aparato, una prensa de Partido. Debe utilizar el aparato, la prensa de las organizaciones afiliadas y, en primer término, la del Partido Comunista.

Allí donde nuestro Partido es ilegal, puede convertirse en la máscara legal del mismo para las elecciones, para la acción de masas en general; pero el Partido debe aprovechar esas posibilidades legales para abrirse camino y aparecer en la superficie.

Otro problema fundamental de nuestra táctica en América latina es el de la alianza con los partidos y las organizaciones revolucionarias de la pequeña burguesía liberal o nacionalista. Este problema se plantea en Cuba, en Colombia, en Brasil, en Perú, en Venezuela y puede mañana plantearse en otros países. La carta del Presídium al partido colombiano dice las cosas esenciales a este respecto y señala los peligros inherentes a una alianza con los jefes de la pequeña burguesía cuando el partido pierde su independencia revolucionaria y hace depender su acción de la táctica seguida por los jefes liberales. Este peligro es muy grande en Colombia y también en Brasil, donde nuestro Partido, antes de tomar posición en la cuestión electoral presidencial, espera la actitud de Prestes y su grupo.

Sin duda, los peligros que implican una alianza de esa naturaleza no deben hacernos olvidar la necesidad de concluir ciertos acuerdos, cuando esas organizaciones pequeño-burguesas tienen una real influencia de masas sobre importantes sectores obreros y campesinos y preparan la lucha armada contra el poder y el imperialismo. Debemos encarar la posibilidad de relaciones y aun de aliarnos temporariamente con ciertos fines determinados. Pero la condición absolutamente necesaria es no abandonar jamás una partícula de la independencia orgánica, política y militar de nuestro propio Partido; no aceptar jamás la defensa de un programa mínimo común mediante la renuncia a defender nuestro propio programa; no hacer depender jamás nuestra acción revolucionaria de los planes militares de los generales pequeño-burgueses como ha sucedido en Colombia; no colocar jamás nuestras fuerzas armadas a las órdenes de generales liberales, dejando de tener el contralor y la dirección militar. No solamente debemos conservar nuestros derechos de crítica, nuestra libertad y nuestra independencia política y orgánica, sino que debemos usarlas. En una alianza de esa especie, nuestra finalidad, luchando en conjunto, no es colocar nuestras fuerzas al lado de las fuerzas de nuestros aliados; nuestro fin es conquistar para nuestra influencia política y bajo nuestra dirección orgánica, a las masas que siguen a los generales pequeño-burgueses; y para esta conquista debemos utilizar constantemente nuestra independencia política, nuestro derecho de crítica con respecto a nuestros aliados. Desenmascarar sus insuficiencias, sus vacilaciones, arrastrar a las masas hacia la realización de nuestras consignas, que deben corresponder a sus aspiraciones más profundas. Lo que he dicho precedentemente respecto a nuestra oposición fundamental a las concepciones revolucionarias de la pequeña burguesía, basta para comprender que en el curso de toda acción paralela desarrollamos nuestra revolución, la revolución de las masas obreras y campesinas, y no la revolución "golpe de Estado" de los jefes liberales. Frente a las masas debemos desenmascarar a nuestros aliados momentáneos, y arrastrar hacia nuestra influencia a las masas que los siguen. Es necesario crear nuestros núcleos comunistas, nuestras fracciones en el mismo ejército de nuestros aliados; tener nuestra organización militar propia, independiente, etc. Solamente de esta manera conquistaremos la hegemonía en el movimiento revolucionario.

Dos palabras, aun, sobre algunos problemas especiales. Es innecesario recordar la importancia del trabajo entre los obreros emigrados, en su propio idioma, en todos los países de gran emigración, como la Argentina, Uruguay, Brasil en particular. A este respecto es necesario tener en cuenta los nuevos métodos empleados por las agencias de inmigración. La inmigración no es espontanea ni libre; está organizada por los gobiernos (Polonia, países balcánicos, bálticos, etc.). Los inmigrantes son acompañados por agentes gubernamentales hasta el fin de su viaje. Tienen ya su plaza en las plantaciones, minas, talleres o fábricas, y son trasladados, luego, a su destino. Allí constituyen las asociaciones patrióticas, influenciadas por las curas y los patrones; se organizan entre ellos y los métodos que debemos emplear para atraerlos deben adaptarse a los mismos métodos de países de emigración. Una ligazón con los Partidos Comunistas de los países de emigración es necesaria para, si es posible, desde la partida de los emigrantes, comenzar el trabajo entre ellos, crear por los sindicatos agencias de información sobre las condiciones de trabajo y, en la medida de lo posible, enviar algunos agitadores y organizadores con los mismos emigrados para desarrollar la acción revolucionaria.

Otro problema es el de la solidaridad continental e internacional. Ambas deben ser más reales, más fuertes; la ligazón entre los diversos partidos, el intercambio de experiencias por intermedio del Secretariado, deben crearse y desarrollarse. Nuestro Secretariado Sudamericano tiene una gran tarea, o sea la de convertirse en el órgano de ligazón entre todos los partidos de América latina. El norte del continente (Venezuela, Colombia, Ecuador, América central) tienen motivos para quejarse de su aislamiento; tomaremos las medidas prácticas necesarias para remediarlo; pero todo no depende solamente del Secretariado; mucho le corresponde a cada uno de nuestros partidos, que deben salir de ese aislamiento, escribir, plantear sus problemas, demostrar su existencia. La ligazón con el partido de los Estados Unidos debe ser mejorada en todo sentido y absolutamente. El partido de los Estados Unidos puede hacer mucho para ayudar a nuestros partidos de la América latina, en particular a aquellos países donde reina el terror blanco de los agentes estadounidenses: Cuba, Venezuela, Chile. Debemos decir francamente que la acción del Partido Comunista de Estados Unidos ha sido absolutamente insuficiente a este respecto.

En fin, la ligazón con la Internacional Comunista debe ser mejorada, reforzadas las relaciones. Nosotros también encararemos prácticamente el problema. La creación de una editorial española, de "La Correspondencia Internacional" en castellano; el sector latinoamericano creado en la Universidad de Oriente, las plazas reservadas en la Escuela Leninista, son los comienzos que es necesario desarrollar más. La Internacional hará un esfuerzo, al cual deben corresponder también los esfuerzos de cada uno de nuestros partidos.

Para terminar, quiero encarar rápidamente las tareas de cada uno de nuestros partidos, para orientar la discusión sobre el terreno concreto.

México. ‑ La revolución mexicana ha llegado a un punto que reclama la más grande actividad de nuestro Partido. El gobierno de Portes Gil no puede hacer otra cosa que combatir, utilizando los métodos de represión más brutal contra nuestro Partido, nuestros sindicatos revolucionarios y también la Liga Campesina, si es que esta permanece y se desarrolla fiel a su programa revolucionario.

Nuestro Partido deberá defender su legalidad, movilizando las masas sobre las que tiene influencia; es por una acción de masas que su defensa podrá ser efectiva. Tomando las medidas necesarias para su salvaguardia, no se debe adaptar a la ilegalidad sino luchar, por medio de una acción de masas, para imponer su legalidad. Pero esta acción de masas debe conducirla con la perspectiva del desarrollo revolucionario mexicano, según las directivas generales que hemos fijado en nuestras instrucciones al Partido mexicano y en las tesis generales. El Partido debe consolidar sus organizaciones y su ideología que está todavía fuertemente influenciada por la "Liga Agraria"; una corrección neta e inequívoca de los errores pasados, una acción independiente del Partido, una actividad política creciente y una dirección más firme, más sistemática, correspondiendo a una disciplina más férrea. Colocar a Galván en la necesidad de elegir entre el Partido y Tejeda. No se trata de Galván; se trata ahora de la ideología del Partido, de su acción independiente, de su necesidad de conducir la lucha revolucionaria contra el gobierno. Si Galván no abandona su posición intermedia puede devenir el elemento que trabe la acción del Partido. Es necesario que elija. Trabajar ahora en la base de la Liga campesina y de los sindicatos para ligarse a las masas y no dejar depender nuestra influencia de los jefes más o menos seguros. Extirpar el caudillismo de nuestras propias filas.

Colombia. ‑ Aquí también la situación reclama un partido verdadero; pero todavía lo debemos crear. El Partido Socialista Revolucionario es una base, pero es preciso constituir en su propio seno un núcleo comunista que trabaje por su transformación orgánica e ideológica, en un verdadero Partido Comunista. Para esto: liquidar la alianza con los liberales que traba la acción revolucionaria independiente del Partido, organizar los sindicatos como una organización de masas independiente del Partido, reclutar los obreros para nuestro Partido, buscando los mejores militantes; no oponer la organización a las perspectivas revolucionarias; no perder las perspectivas, sino organizar para la revolución. Ligar el movimiento de las huelgas por las reivindicaciones inmediatas a la preparación revolucionaria.

Venezuela. ‑ Liquidar absolutamente los sueños de conquista de Venezuela desde el exterior. Enviar algunos camaradas para trabajar ilegalmente en el mismo país entre los obreros, los campesinos, los soldados; crear las primeras organizaciones. Trabajar más intensamente en el interior del país que exteriormente.

Ecuador. ‑ El Partido Socialista está en camino de transformarse en Partido Comunista. Es necesario continuar por esta vía y depurar el Partido de los agentes gubernamentales y de los elementos reformistas, aunque sea a costa de la formación de un partido reformista que los una. Serán menos peligrosos allí que en nuestras filas. Organizar a los obreros agrícolas y a los campesinos en el Partido, cambiar su composición social, crear la central sindical revolucionaria, continuar la organización de sindicatos sobre bases clasistas, desarrollar la prensa, elevar el nivel ideológico.

Perú. ‑ El grupo comunista del Perú, representado en esta Conferencia, ha hecho, en los últimos tiempos, un esfuerzo considerable. Ha roto con la ideología del A.P.R.A. y se ha colocado sobre el terreno del marxismo-leninismo, pero es todavía reducido numéricamente. Es menester ampliar el grupo adhiriendo a los mejores militantes obreros, crear el Partido Comunista ilegal, si no puede vivir ni desarrollarse dentro de los marcos de la legalidad. Nuestros camaradas deben esforzarse por modificar sus planes concernientes a la creación de un Partido Socialista y plantearse el problema de la ligazón con las masas, sobre la forma de un bloque obrero y campesino. Crear la central sindical nacional, ir hacia los mineros, a los obreros agrícolas. Organizar y realizar toda la propaganda posible entre los indios.

Bolivia. ‑ Crear el Partido con los mejores militantes obreros, reclutar los efectivos del Partido entre los mineros, los obreros agrícolas, estudiar la posibilidad de conquistar a los mejores militantes anarquistas que no sean elementos corrompidos como los de Buenos Aires. Más decisión en la lucha contra la guerra imperialista.

Chile. ‑ Reorganizar el centro del Partido y establecer la ligazón estrecha en las provincias; utilizar todas las posibilidades de trabajo legal, para fortalecer la organización ilegal tanto del Partido como de la F.O.Ch. Infiltrarse en los sindicatos gubernamentales para disgregarlos.

Paraguay. ‑ Consolidar el Partido, elevar su nivel ideológico, trabajar más en los sindicatos.

Brasil. ‑ El Partido ha obtenido un gran éxito con la creación de la central sindical, en las elecciones de Rio, en la jornada del 1° de mayo, y es, a pesar de la semilegalidad, un Partido que tiene una influencia entre las masas, incontestable.

Su nivel ideológico es también más elevado que la mayoría de nuestros Partidos sudamericanos. Ha comprendido y corregido las faltas cometidas en las relaciones con la pequeña burguesía y en la política del Bloque Obrero y Campesino. Es necesario trabajar para hacer desaparecer todos los vestigios de esos errores que aún reaparecen, es menester tener más iniciativa, más audacia revolucionaria. Por ejemplo, la acción del Partido frente al viaje de Mr. Hoover ha sido insuficiente.

Las masas se orientan hacia el Partido. Es necesario que comprenda la necesidad de ampliar su acción, pues ha dejado de ser un pequeño grupo. Por otra parte, ser más independiente con respecto a los pequeños burgueses revolucionarios.

Uruguay. ‑ También aquí la creación de la central sindical ha sido un gran éxito para el Partido y para su táctica sindical unitaria absolutamente exacta y verdaderamente leninista, que ha conquistado la mayoría de los sindicatos. Pero el Partido no debe dormirse sobre los laureles. Debe salir de Montevideo; dirigirse a la campaña, penetrar en los grandes frigoríficos. Más vida política, más discusiones políticas en la dirección y en las organizaciones de base.

Argentina. ‑ Nuestro Partido de la Argentina ha sufrido una serie de crisis profundas y grupos sucesivos han sido alejados de sus filas. Es porque el Partido ha discutido los problemas políticos con un temperamento marcadamente meridional, pero la Internacional Comunista ha condenado las desviaciones ideológicas y la indisciplina de los grupos que se han separado del Partido. Naturalmente, hay un lugar y lo habrá siempre, para los comunistas sinceros que reconozcan sus errores pasados y vengan a nuestro Partido bien decididos a someterse a la disciplina de la Internacional Comunista y del Partido. Debemos decir que tanto el grupo de "La Chispa" como el de Penelón, no han llenado estas condiciones. Los elementos obreros sanos que las han observado están ya en nuestras filas y continuaran engrosando nuestro Partido.

Nuestro Partido se ha consolidado después de la última crisis, ha recobrado su influencia, en un momento conmovido, sobre las masas; pero tiene todavía grandes tareas que cumplir. Salir de Buenos Aires, llegar a la campaña, penetrar las masas de obreros agrícolas, los pequeño-campesinos, infiltrarse en los frigoríficos y en las grandes empresas imperialistas. Trabajo sindical real, que ponga en práctica las resoluciones largamente discutidas; más iniciativa, más flexibilidad y rapidez de movimiento. Los movimientos y huelgas que se producen actualmente, están en manos y bajo la dirección de los anarquistas de la F.O.R.A.; esto es debido en gran parte porque nuestro Partido es lento en su trabajo, falto de contacto con las masas y tardío en la iniciativa para la lucha.

Es absolutamente necesario crear nuevas cuadros, condición necesaria para una real consolidación de Partido. Hacer más colectivo el trabajo de dirección; hacer una mejor repartición, una división más inteligente del trabajo en todo el Partido. En el periodo actual, el máximo de actividad debe desarrollarse en el terreno sindical y por el Comité de Unidad Nacional y Continental.

Termino, camaradas: La Internacional Comunista ayudara a nuestros Partidos en sus tareas, pero sería un error de nuestra parte creer que la Internacional pueda reemplazar la acción y el esfuerzo de cada Partido. La Internacional Comunista no está fuera del propio y particular engrandecimiento de los Partidos, no es algo omnipotente; la Internacional Comunista sois vosotros mismos; será más fuerte y más potente en la medida que cada Partido sea más fuerte y poderoso. El esfuerzo hecho por el C.E. de la Internacional Comunista puede facilitar vuestro trabajo, ayudar en vuestras tareas que son grandes. No puede reemplazar vuestro trabajo. Es por esto, en vista de las grandes tareas que tenemos que cumplir, que debemos, después de aclarar y discutir profundamente nuestros problemas, lanzarnos al trabajo con todo ardor. Las perspectivas de nuestro movimiento en América latina son inmensas y si nosotros trabajamos con eficacia, el porvenir será nuestro.

Por la destrucción del imperialismo y el triunfo de la revolución mundial.

(Prolongada ovación. Los delegados, de pie, entonan la Internacional).

(Se pasa a cuarto intermedio.)

[1] amsterdamiana


| El movimiento revolucionario latino americano | Marc Becker's Home Page | marc@yachana.org |